martes, 9 de octubre de 2007

Braquicefalias

Javier Tomeo
(España)

Esta mañana un compañero de la oficina me llamó braquicéfalo y me dijo que, como todos los braquicéfalos, también yo tengo la cabeza corta, el occipital aplanado y que, si no fuese calvo, tendría el pelo negro, áspero y grueso, implantado casi perpendicularmente a la piel. Higinio (así se llama el compañero en cuestión) es un tipo odioso que anda siempre buscando el modo de fastidiar a la gente y que vive precisamente en la misma casa en la que yo tengo instalado mi pisito de soltero desde hace un par de meses.

–Más aún –añadió, gozándose de mi desconcierto inicial–. Cualquiera puede ver, a simple vista, que eres un típico braquicéfalo alpino. Seguramente tu familia procede de algún pequeño pueblo centroeuropeo. Mírate en el espejo: tienes la cara ancha, la nariz pequeña y poco saliente, la piel blanco-amarillenta y, por si fuese poco, no eres demasiado alto.

–Tal vez tengas razón –le dije, sin dar la menor importancia a sus palabras.

–Los cráneos de los braquicéfalos –añadió–, tienen el diámetro transversal casi igual o poco más corto que el diámetro anteroposterior.

–Me parece divertido –le dije.

–Si yo estuviese en tu puesto no me sentiría tan feliz –continuó diciéndome Higinio, bajando el tono de voz y lanzando una cautelosa mirada alrededor para asegurarse de que nadie estaba escuchándonos–. Tú sabes que yo no soy racista, pero no por eso dejo de reconocer que los hombres se distinguen no sólo por sus ideas y costumbres, sino también por la forma de sus cabezas. Según como tengan el cráneo, pueden ser dolicocéfalos, braquicéfalos o mesocéfalos. Los braquicéfalos tienen el cráneo largo, los dolicocéfalos lo tienen corto y los mesocéfalos no lo tienen ni corto ni largo, es decir, lo tienen mediano.

–Pues muy bien –admití–. Soy un braquicéfalo. No suena mal del todo.

–Un braquicéfalo alpino –me corrigió–. Hay muchas clases de braquicéfalos.

Le pregunté a qué grupo pertenecía él, es decir, cómo tenía la cabeza, y me dijo que pertenecía al grupo de los dolicocéfalos porque en su cráneo era mucho mayor el diámetro anteroposterior que el transversal.

–Si te fijas –me dijo, quitándose inesperadamente la peluca y mostrándome la cabeza– tengo el occipital muy saliente.

Era la primera vez que le veía sin pelo y no pude por menos de soltar una carcajada. Le dije luego que no podía decir si era dolicocéfalo o braquicéfalo, que yo no entendía mucho de esas cosas, pero que, sin la peluca, su cabeza parecía un melón.

–Prefiero tener la cabeza como un melón que como una calabaza –replicó Higinio.

Y se quedó mirándome fijamente a los ojos y sonriéndose con unos aires de superioridad que me parecieron tan ridículos como ofensivos. Entonces empecé a mosquearme y le pregunté si él era también de los que pensaban que la inteligencia y la sensibilidad de los hombres depende de la capacidad y forma de sus respectivos cráneos.

–Por supuesto –me dijo–. Creo firmemente en esa teoría. Los más grandes hombres de la historia han sido siempre dolicocéfalos y ortognatos. Tú eres un cabezón y te comportas como un cabezón.

Entonces comprendí por fin que Higinio había sacado a colación el tema de mi supuesta braquicefalia sólo para darme a entender en los términos más científicos posibles que no soy un hombre que se distinga especialmente por su inteligencia. Aquello me irritó sobremanera.

–De acuerdo –le dije, con una sonrisa helada–. Soy un cabezón. Me equivoco al sumar las facturas y me pongo muy nervioso cada vez que tengo que hablar por teléfono. Los jefes me han colocado en la vía muerta y sé muy bien que en esta oficina se acabaron para mí todas las posibilidades de ascenso. Soy un braquicéfalo alpino, lo admito humildemente, pero mi aparato sexual funciona como la seda y tu mujer tiene muchas pruebas de que no te miento. Pregúntaselo a ella y verás lo que te dice.

Me puse en guardia como los buenos boxeadores, con el brazo izquierdo extendido y protegiéndome el mentón con el puño derecho, pero Higinio no tuvo las suficientes agallas para replicar. Palideció mortalmente, fue a sentarse a su mesa y durante todo el resto de la mañana estuvo ordenando facturas y sorbiéndose las lágrimas con la punta de la lengua.

Javier Tomeo (Dolicocéfalo mediterráneo)

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